Dice
una de las leyes de Murphy que “es difícil volar como las águilas cuando
trabajas con pavos”.
Lo cierto es que en general en España andamos anclados en una
alarmante mediocridad que es además reconocida en ciertos ámbitos más como una
virtud que como un defecto.
En
el área política estamos representados por personajes sin ingenio ni talento,
movidos siempre por la obsesión de mantener el poder a cualquier precio. Buena
muestra de ello es la actual crisis, motivada por el saqueo histórico y sistemático
de las clases medias y bajas a través de todo tipo de mercadeos.
Sólo
una renovación completa de los actuales escenarios económicos y sociales podría acabar con la depresión que vivimos y
situarnos en un mejor escenario. Lamentablemente esto no ocurrirá ya que
nuestros gobernantes carecen del ingenio y la motivación necesaria para
llevarla a cabo. Consecuencia: tenemos por delante crisis para muchos, muchos
años.
En
el ámbito laboral las cosas no son mucho mejores. Cualquiera sabe que intentar
utilizar, por ejemplo, el soporte técnico que nos ofrecen la mayor parte de
operadoras telefónicas es un esfuerzo caro y baldío: o solucionamos el problema
por nosotros mismos o ya podemos darnos por vencidos.
No
hace falta tampoco mencionar en que se convierte el intento de acercarse a un
organismo oficial para efectuar cualquier gestión: horas y horas de tiempo
desperdiciado y viajes y más viajes de ventanilla en ventanilla. Vamos, que las
cosas lamentablemente no han mejorado demasiado en nuestro país desde los
tiempos del “Vuelva usted mañana” de Larra.
Pero
no caigamos en la trampa de responsabilizar siempre al gobierno, a las instituciones
o las empresas de esta situación. Cada una de estas organizaciones está compuesta por individuos y es en el
propio individuo donde nacen cada una de estas perversiones. Es cierto que los
bancos han sido los primeros responsables de la actual crisis, ¿pero no es
cierto que la avaricia forma parte de la naturaleza de cada persona?
Regresando
al ámbito empresarial, lo cierto es que podemos ver a nuestro alrededor
organizaciones enquistadas, corruptas – tanto a nivel económico como moral –
que malgastan buena parte de sus esfuerzos en tratar de superar los problemas
derivados de su propia incompetencia.
Podríamos
pensar que estos problemas son únicamente domésticos y que no tienen alcance
más allá de las propias puertas de cada negocio, pero no es así. Cada minuto,
cada hora, cada día desperdiciado en tareas que no están directamente relacionadas
con la obtención del producto final acaba repercutiendo en su coste. Dado que
este coste lo acabamos pagando los clientes de a pie, resulta que la sociedad
en su conjunto está pagando también por la incompetencia de las empresas.
La
mejor forma de revertir esta situación empieza por fomentar políticas
orientadas a detectar y potenciar el talento allí donde se encuentre. Debemos
impedir que la mediocridad – personal o empresarial – prive a nuestras empresas
y por ende a nuestra sociedad de poder evolucionar hacia mejores objetivos.