jueves, 17 de octubre de 2013

Eficiencia, esa gran desconocida

A la mayoría de directivos se les llena la boca continuamente con discursos sobre lo importante que es ser más eficientes. 

Cuando se despierta este virus en una organización – por lo que se ve es una enfermedad cíclica – se bombardea a toda la plantilla con comunicados, amenazas de cursillos e ingentes cantidades de nuevos documentos que hay que cumplimentar.
 
Es cierto, y de ello ya hablé en mi anterior post “Jerarquía y creatividad”, que para cualquier empresa ser eficaz no sólo es importante, sino esencial en los tiempos que corren.

El problema no es que se quiera ser eficaz (que está muy bien) si no que en realidad la mayoría de las organizaciones no tienen ni idea de lo que quiere decir eso.

Lo cierto es que para mejorar cualquier indicador se necesitan imprescindiblemente dos cosas: saber dónde estoy y saber a dónde quiero llegar.

Una vez uno conoce estos dos puntos traza una línea entre ambos y define las acciones necesarias para desplazarse de uno a otro. Vamos, lo que popularmente se conoce con el nombre de estrategia.

¿Pero qué es lo que ocurre en la práctica? : Que no sabemos medir la eficiencia (ni la eficacia, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión”).

Uno de los métodos reconocidos para efectuar estas mediciones se basa en el análisis de los procesos de negocio de la empresa.

Para que ello sea posible estos procesos deben estar definidos, deben estar administrados por un centro de competencia BPM, sometidos a un procedimiento normalizado de mejora continua… ¿No sabes de que te hablo? No te preocupes, tu empresa tampoco.

Así que ya sabes, cuando un superior te vuelva a hablar de eficiencia tú de lo que te tienes que preocupar es de si en los cursillos habrán donuts.

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